LA CREACIÓN DE LOS REYES MAGOS

El tema de la Epifanía o adoración de los Reyes Magos aparece por primera vez en el Evangelio de San Mateo (Mt. 2, 1-12), el único de los cuatro evangelistas que hace referencia a este suceso, aunque no aporta mucha información aparte de que eran magos y procedían de Oriente.

Nacido, pues, Jesús en Belén de Judá en los días del
rey Herodes, llegaron del Oriente a Jerusalén
unos magos diciendo: “¿Dónde está el rey
de los judíos que acaba de nacer?”.
Y al entrar en la casa, vieron al niño con su
madre María, y postrándose, lo adoraron;
y abriendo sus tesoros, le ofrecieron
regalos: oro, incienso y mirra.

Mosaico iglesia San Vital de Rávena (S. V)
Será posteriormente, a partir de los evangelios apócrifos, leyendas y aportaciones teológicas, que se irá construyendo la identidad que hoy conocemos.

En ningún momento San Mateo hace referencia al número de magos que llegaron para adorar a Jesús, por lo que en las primeras representaciones iconográficas de la Epifanía podemos encontrar representaciones de dos, tres, cuatro doce e incluso 60 magos.

Catacumbas de Priscila, Roma (S. III)
No fue hasta el siglo III que el teólogo Orígenes marcó el número de tres, basándose en los regalos que habían llevado, oro, incienso y mirra. Esto permitía relacionarlos con la Santísima Trinidad, con las edades de la vida, juventud, madurez y vejez, y con las tres partes del mundo conocidas en la época, Europa, Asia y África, que a su vez se identificaban con las diferentes razas que se originaron con los descendientes de Noé, Sem, Cam y Jafet.

Aunque no fue hasta el siglo V que la Iglesia lo oficializó a través de una declaración del papa León I el Magno en sus Sermones para la Epifanía.

También en el siglo III Tertuliano, basándose en el salmo 72, El rey prometido, que la tradición cristiana asociaba al mesías, identificó a los magos, sacerdotes persas seguidores de Zoroastro que interpretaban los sueños y estudiaban los astros, como los reyes que según el salmo portarían presentes.

Y los reyes de Tarsis y las islas le pagarán
tributo, los reyes de Saba, los de
Arabia le traerán presentes.

La Adoración de los magos (1609) P.P. Rubens
Los nombres aparecieron por primera vez en el Evangelio Armenio de la Infancia, del siglo IV, reconociéndolos como Melchor, Gaspar y Baltasar, nombres que fueron aceptados oficialmente por la Iglesia en el Liber Pontificalis del siglo IX.

En el siglo VI la identidad de los Reyes magos quedó marcada tal y como la conocemos hoy en día con la aparición de la obra Excerptiones patrum, collectanea et flores, atribuida erróneamente a Beda el Venerable en la que se les describe identificándolos con sus nombres, el presente que llevaba cada uno y el significado que este tenía, a parte de que por primera vez se hizo referencia a la piel oscura de Baltasar.

El primero de los magos fue Melchor, un anciano
de largos cabellos y cumplidas barbas... quien
ofreció el oro, símbolo de la realeza divina.
El segundo, llamado Gaspar, joven imberbe de
piel encendida, honró a Jesús presentándole
el incienso, ofrenda que manifestaba su divinidad.
El tercero, llamado Baltasar, de piel oscura (fuscus)
y con toda su barba, testimonió con la ofrenda
de la mirra, que el hijo del hombre tenía que morir.

El sueño de los reyes magos,
Salterio Royal (S. XIII)
Las leyendas sobre la figura de los Reyes magos continuaron creciendo y empezaron a explicar que pasó tras abandonar Belén. Según estas leyendas el apóstol Tomás los encontró en la India, donde fueron bautizados y consagrados obispos, murieron martirizados en el año 70 y sus restos fueron depositados en el mismo sarcófago, siendo enterrados en Saba.

Durante la Edad Media, en un momento en el que la posesión de las reliquias de un determinado santo podía mover multitudes hacia una ciudad como centro de peregrinaje, la ciudad de Milán, que durante el siglo XI había perdido mucho prestigio, anunció que poseía las reliquias de los Reyes magos.

Representación del cuarto
rey mago (América) (1501)
Vasco Fernandes
Estas habían sido traídas desde Constantinopla, donde Santa Helena, madre del emperador Constantino, las había trasladado tras descubrirlas en Saba, por el santo milanés San Eustorgio.

Aunque poco tiempo después, en 1164, Federico Barbaroja, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, invadió Milán saqueando la iglesia donde estaban depositadas las reliquias y las trasladó a la ciudad de Colonia. Posteriormente, en el siglo XIII, con el inicio de la construcción de la catedral, los tres cuerpos fueron trasladados a un relicario de oro con las coronas que supuestamente llevaron durante su existencia y su culto empezó a atraer a los primeros peregrinos.