LEONARDO DA VINCI: LA ÚLTIMA CENA

Hace algo más de 500 años Ludovico Sforza, duque de Milán, decidió que el patrimonio artístico de la ciudad debía reflejar el esplendor de esta y de su gobernante, por lo que encargó a Leonardo Da Vinci un mural para decorar una de las paredes del refectorio del convento dominico de Santa Maria delle Grazie. La temática debía ser la última cena de Jesús y sus discípulos, un tema habitual en la época, pero la obra que resultó fue una revolución en el mundo del arte.
La Última Cena (1497)
Con casi 9 metros de largo y 4,5 de alto La Última Cena cubre casi toda la pared norte del refectorio.

Estudio para La Última Cena
A la hora de realizar el diseño de la composición Leonardo debía tener en cuenta una serie de pautas. La composición no podía romper con la tradición, debía mantenerse fiel a los evangelios, y debía complementar la disposición de los asientos del comedor. Los frailes no podían hablar durante las comidas por lo que sus asientos estaban separados, y las representaciones de La Última Cena debían hacer coincidir uno de los espacios vacíos con la figura de Judas.

Leonardo se replanteó todo este diseño y creó algo novedoso. Recoge el momento en el que Jesús anuncia la traición de Judas, representando a los apóstoles no sentados en fila, como se había hecho en los últimos cien años, sino en diferentes grupos formados por tres apóstoles cada uno, con algunos de los discípulos de pie mientras otros permanecen sentados, reaccionando entre ellos. Jesús aparece en el centro, pero en lugar de aparecer rodeado como en las representaciones anteriores lo representa aislado y vulnerable. Aunque el cambio más radical lo encontramos en la figura de Judas, hasta este momento se había representado en frente de sus compañeros, delante de la mesa, mientras que ahora aparece detrás de ella formando un grupo junto a Pedro y Juan, siendo la bolsa de monedas que sujeta el único elemento que lo identifica.

La revolución de Leonardo no sólo afectó al diseño si no también a la técnica. Leonardo probó un método diferente, intentó realizar una pintura al oleo sobre una pared. Sus discípulos trataron el muro, dejándolo preparado para una pintura al fresco, pero Leonardo aplicó dos capas más, una de calcio y magnesio para facilitar la fusión de los colores y otra de plomo blanco para añadir brillo, dejando que la pared se secase, lo que le permitiría trabajar más despacio. Por último se aplicaron unos aceites para darle al mural un mayor brillo.
Copia de Giampetrino (1520)
Pero apenas veinte años después de su finalización la obra empezó a degradarse, desconchándose y despegándose del muro, debido en gran parte a la humedad del subsuelo que se filtraba por las paredes y a la nueva técnica que había usado Leonardo, que fue afectada por el moho.

Leonardo volvió a retocar su obra pero fue incapaz de parar el desastre.
Refectorio Santa Maria delle Grazie actualmente
En 1652 los frailes derribaron un trozo de la pared para aumentar una puerta situada debajo, que cortó los pies de Cristo y una parte de la mesa.

Protección durante la
II Guerra Mundial
A finales del siglo XVIII, Milán sucumbió a las tropas de Napoleón que usaron el refectorio como establo y almacén de comida, los soldados rasgaron los ojos de los apóstoles con sus dagas y arrojaron piedras contra las figuras, hasta que un edicto de Napoleón los frenó, salvando la obra.

En 1943 los bombardeos aliados durante la II Guerra Mundial casi la redujeron a cenizas.

Y entre todo esto sufrió al menos once campañas de restauración para frenar su degradación, algunas de ellas incluso le causaron un mayor daño que la humedad o el vandalismo. Pegaron los trozos del fresco caído de nuevo a la pared con cola animal, se aplicaron rodillos calientes sobre la superficie para planchar la pintura y los toscos retoques de los restauradores degradaron las caras de los apóstoles.

Para algunos historiadores del arte lo único que queda de La Última Cena de Leonardo es la composición.